12 de diciembre de 2008

HABLANDO DE PLATERO...







He visto la historia de nuestro burro Platero en el blog de JuanRa Diablo.
Me ha evocado un sinfín de recuerdos leerla.
Como voy con retraso, me disponía a escribir en esa entrada un comentario de aquellos años , pero me sabía a poco y he preferido contaros algunas anécdotas al respecto.
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Recuerdo que todos los fines de semana deseaba ponerme mi penacho de plumas, coger un arco de rama de almendro que me hizo mi padre y que tiraba las flechas lejísimos y toda mi parafernalia de indio americano y salir por los alrededores del campo.
Por aquel entonces, lo que hoy son urbanizaciones y polígonos industriales eran bancales yermos, con cierta estética del Oeste, ideales para mis aventuras. En el momento en que me subía encima de ese burro me creía el indio más peligroso de todo el Oeste y disfruté mucho con todo aquello. No sé cómo tenía la cara de pasearme de esa guisa por algunos sitios.
Un día quise encontrar nuevos escenarios para mis fantasías aventureras, anduve a lomos de mi burro con mi ropaje de lujo: un vestido hecho por mi madre que me encantaba, mis plumas, armas y demás. Vivía tanto el papel que también decoré a Platero como lo hacían los indios auténticos con sus caballos antes de entrar en combate. Así, le puse una manta mulera, el rifle de juguete en su funda, decorado con plumas, un escudo a un lado hecho con una tapadera de cubo de basura y alguna cosa más. Me perdí por un camino, llegando a un bancal de olivos donde encontré a un grupo de gente recogiendo oliva. Se quedaron mirando asombrados preguntándose de dónde habría salido…. Uno de ellos me pidió subir al burro. Lo llevaba tan bien decorado que sentí cierto recelo de prestarlo. El burro parecía enano con ese hombre encima, sus piernas colgaban a los lados casi rozando el suelo y me desbarató la manta mulera, las plumas, el escudo y el rifle que quedaron en el suelo mientras aquel idiota se paseaba con Platero.
Mis paseos con Platero siempre eran suaves y apacibles, pero aquel tío le estaba dando una caña a la que no estaba acostumbrado, así que aquello tampoco debió hacerle gracia al burro que sacó su carácter y terminó por hacer que perdiera el equilibrio y lo tiró al suelo, mientras el resto del grupo se reía. Aquel tipo ni se disculpó por dejarme todo aquello tirado, pero recompensé a Platero por hacerle caer al suelo.
Porque he de decir también que el burro tenía muy mala leche. En el corral donde lo guardaba habían gallinas, y tenía la mala costumbre de intentar pisarlas con sus cascos. En alguna ocasión al entrar al corral encontré alguna clavada al suelo con las plumas esparcidas a su alrededor.
Recuerdo que teníamos una gallina que alguien bautizó con el nombre de Paciente. Era negra, con el cuello marrón brillante. Estaba enferma. Supuraba liquido por los orificios del pico y estaba casi inmóvil. Yo me encariñé muchísimo con ella, la cogía y la acariciaba con delicadeza, me gustaba que sintiera que estaba a salvo conmigo. A base de mucho cuidado fue recuperándose, pero desgraciadamente fue una de las victimas de esa homicida costumbre de Platero, al que odié con toda mi alma cuando entré aquella mañana al corral.
Una vez me encontraba colocando las riendas en su cabeza. Me disponía a salir a una de mis aventuras. Iba como de costumbre al detalle con mi atuendo indio. En aquella ocasión, llevaba un collar que me hizo mi madre con bulbos de rosa sin florecer, eran como unas bolas rojizas muy duras, que haciéndoles un orificio mi madre había ensamblado a modo de collar. Me encantaba aquel collar.
Aquel día, mientras le colocaba los aparejos para poder dominarlo, sus orificios nasales comenzaron a dilatarse al percibir el aroma de aquel adorno. Yo andaba tan distraído intentando abrochar el grueso cuero de las riendas con aquella oxidada hebilla que no me di cuenta de que en un momento dado alargó su cabeza hacia mi cuello y dispuso los labios como si fuera a darme un beso. Cuando me quise dar cuenta le tenía tirando de mi collar con sus dientes. Tiraba de él pero no se rompía con lo que yo iba siguiendo los movimientos de su cabeza en la dirección en la que tiraba para que no lo rompiera. Estuve así una eternidad o eso me pareció. Al final casi deseaba que se rompiera de una vez porque sus tirones eran terribles, pero aquello no se rompía ni por asomo. "¡Qué bien hecho está el jodido collar- pensaba -¡qué arte tiene mi madre!"
Al final el collar cedió a las embestidas de su dentadura. Nada más arrancármelo se colocó en un rincón, de culo, para que no me acercara a él. Sabía que no me acercaría porque yo le tenía pánico cuando se colocaba de culo, pues en alguna ocasión soltó alguna patada al aire que me hizo imaginar lo que debía doler eso.
Así que aquel jodido burro se quedó de culo, con el collar colgando de su boca mientras iba desapareciendo poco a poco a medida que lo masticaba con parsimonia y sin inmutarse ante mis gritos de impotencia.
Como decía, el burro era bastante desagradable con todos los animales en general, también odiaba a nuestro perro Tranquilo al que mordía a traición siempre que podía. A pesar de ello, la nobleza de aquel perro hizo que aunque en teoría debería haberse alegrado de que un día se lo llevaran, el día que esto ocurrió, Tranquilo también desapareció.
Mi padre había acordado con el hombre que lo compró que fuera al campo a llevárselo, cosa que hizo a tempranísima hora de la mañana mientras todos dormíamos. Pero "Tranquilo" consideró que el hecho de que un desconocido entrará en su territorio a llevarse algo nuestro era algo que no debía permitir, aunque se tratara de ese estúpido burro que tantas veces le mordió el culo. Así que, tras varios días desaparecido, un día en que mi padre me vio muy preocupado por la ausencia del perro se quedó pensativo durante un buen rato y me dijo: "Sube al coche, ya sé donde está Tranquilo
No sé cuantos kilómetros hicimos, pero llegamos a una casa de campo... y Tranquilo estaba allí!! Vino a recibirnos loco de alegría. De repente salió un hombre de aquella casa que desde la lejanía no pudo reconocer a mi padre. Al ver que aquel perro estaba junto a nosotros espetó sin atreverse a acercarse: - ¡¡¿Es de ustedes ese perro?!! – Mi padre se acercó a él y le explicó lo sucedido. El hombre confesó que desde que se llevó el burro de casa no le dejaba vivir, que cada vez que salía le ladraba ferozmente y que lo tenía en la puerta de su casa como un centinela.
Mi padre escribió hace poco en su blog un artículo sobre Tranquilo, nuestro perro. Contó muchas de las peculiaridades de este magnifico y noble animal al que todos quisimos mucho, pero no contó ésta que viene al caso hablando de Platero.

6 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

Tomás, he leído todos estos recuerdos con una sonrisa continua.
Qué ternura recordar a Paciente, que ronroeaba al respirar. Estaba enferma pero tenía siempre apetito y eso la hacía sobrevivir, creo yo.
Y lo de Tranquilo es que es una hazaña digna de pasar a los anales de la Historia.
¿Te queda todavía alma de indio?

Escribe más. No nos dejes.!!

pichiri dijo...

Querido hijo, en mis historias hay muchisimas cosas que omito no por olvido o por que considere que no tienen relevancia sino por evitar que sean demasiado largas.Esta anecdota te demuestra lo bien que conocia a Tranquilo. Imaginate como deberé conoceros a vosotros y ya vá siendo hora de que aunque sea en la humildad de un comentario de blog, manifieste lo orgulloso que me siento de ser vuestro padre.
Sigue contando tus historias, que espero con impaciencia, ya que realmente son el reducto al que confluyen nuestros mutuos recuerdos.

Anónimo dijo...

Platero era un BURRO en mayúsculas: terco, puñetero y con el encanto de todos los burros.
Recuerdo que en ocasiones quería participar de tus aventuras indias y aunque me lo permitiste en ocasiones sin rechistar, tu espíritu, siempre independiente,te impulsaba a vivir tus experiencias por tí mismo. Qué diferente la vida de los niños de ahora y los de antes!!! Dile ahora a un niño de 12 años que se monte en un burro a buscar sus aventuras sólo y se caga encima del susto...sólo suben a un burro si es en la "Play-Station" o como se diga. Antes, no sólo jugábamos sólos sino que buscábamos hacerlo...Tu hermano: FRAN.

Anónimo dijo...

Yo tambièn he leìdo todo esto con una sonrisa en mis labios y como Fran,tampoco me imagino a ningùn niño de hoy en dìa montàndose su propia aventura con sus ropas,adornos,arcos y demàs todo elaborado por sì mismo,y màs solo que la una, aventurarse a recorrer mundo subido a lomos del burro màs terco del mundo.Me ha encantado dar una vuelta por mis recuerdos de la infancia a travès de los tuyos.
Un beso

peibol dijo...

Aunque llegue tarde a esta entrada, no dejo de disfurtar con los entrañables recuerdos de la familia "Diablo".

Un saludo, y otro para Platero, donde quiera que esté ;)

Pecosa dijo...

La gallina Paciente. El perro Tranquilo. ¡Jajajaja! Ya veo que érais todos muy zen :)

No sabes la gracia que me ha hecho imaginarte de indio (¡qué maravilla de trajes, niño!) a lomos de tu burro (¿quién narices necesitaba un caballo teniendo un burrito la mar de majo?). Eso sí que era divertirse.

Un saludo a toda la familia de una admiradora de vuestras aventurillas.

Mi hermana de rehén, ¡jajajaj!