El oficial Ortiz era desde hacía años la mano derecha de Martos. Había un entendimiento mudo entre ambos. Bastó un gesto para que se apresurara en averiguar todo lo que pudiera sobre esos tres negocios y su relación con Belmar en el menor tiempo posible.
- Por cierto, Ortiz... Si le sobra algo de tiempo... hágame el favor de encargar un ramo de rosas. Para mi hija. Ayer fue su cumpleaños y olvidé regalarle algo. Que acompañen el ramo con esta tarjeta. En ella viene la dirección.
Ortiz le hizo un guiño de complicidad mientras guardaba la tarjeta en el bolsillo.
Martos apuró su cigarrillo con una larga calada antes de entrar en la sala acristalada.
- Buenos días Sr Belmar. Lamento mucho lo de su esposa. Comprenderá que esta situación nos resulta tan violenta como a usted, pero necesitamos saber cualquier dato que aporte algo de luz a este crimen.
Martos no estaba interesado en lo que iba a escuchar. De hecho fue una repetición calcada de lo que ya le había informado el Oficial Ortiz. Pero había comenzado a desarbolar la psicología de aquel sujeto . Primero con su penetrante mirada directa a los ojos, que el Sr Belmar intentaba no rehuir ayudándose de un continuo parpadeo. Pronto detectó esa angustia propia de quien habla sabiendo que no dice la verdad. Martos oía pero no escuchaba. Se limitaba a observar.
Aquel tipo tenía 54 años medianamente bien llevados. Conservaba abundante cabello que peinaba con gomina. No se le apreciaba una sola cana, aunque pronto dedujo que ello se debía a un magnífico tratamiento de teñido, un teñido natural en una más que probable carísima peluquería. Llevaba una camisa "Burberrys". Sus dos botones superiores estaban desabrochados mostrando una cadena de oro ligeramente ostentosa para su gusto. Además de la cadena apreció parte del vello de su torso, en el que se podían observar incipientes raíces canas, con lo que dedujo que el teñido se extendía también al vello de su pecho.
Su cuerpo delataba una cómoda vida, un sedentarismo evidenciado por unos kilos de más, los propios de un hombre cuyos negocios le impiden dedicar tiempo a su cuerpo.
- ... y eso es todo lo que puedo decirle, Inspector. Verá... estoy agotado. Me gustaría marcharme cuanto antes...
- Lo comprendo Sr Belmar - le contestó apretando los labios, en una mueca que pretendía comprensión - Concédame sólo unos minutos. Estoy a la espera de una información que debo contrastar antes de que usted se marche. Seré lo más breve posible.
Martos salió de la sala cerrando la puerta con sumo cuidado, como si en aquella habitación durmiera un bebé, tal vez para evitar que cualquier ruido estorbara alguna contundente conclusión.
Ortiz giró la cabeza al verle salir. Junto al teléfono tenía sobre la mesa un viejo informe sobre el que había garabateado ilegibles anotaciones.
- Bien, veamos... He podido hacer las gestiones sobre esos establecimientos. Nuestro hombre es socio del Gym-Medic-Sport desde hace siete meses. He podido hablar con su instructor personal. Realiza tablas de ejercicios de iniciación, ya que nunca antes había acudido a un gimnasio. En cuanto a "J&M Joyeros", me han confirmado que el Sr Belmar encargó una alianza que recogió el día 7. Ninguna inscripción en ella. Pagó con Tarjeta Oro. Por último, el "Auberge de France" es un restaurante de alta cocina francesa en un rincón de la sierra, a las afueras. Muy romántico y muy caro, por cierto. Belmar reservó mesa a su nombre un día después, el día 8, pero en la reserva no consta compañía.
Martos encendió el último cigarrillo que sobrevivía en su paquete. Para entonces ya sabía que Belmar tenía una amante mucho más joven que él. Era patente que Belmar intentaba disimular todo aquello que evidenciara su edad, todo aquello que le hiciera sentir anacrónico al lado de ella, que le recordara a cada momento que les separaba una treintena de años por lo menos. Dedujo que la relación pudo comenzar hacía siete meses, en el mismo momento en que decidió que necesitaría algo más que un tinte para ganarle algunos años a su cuerpo y conquistar a una jovencita con algo más que su Mercedes Coupé. Siete meses antes, justo cuando se inscribió en el gimnasio. Nada como estar enamorado para motivar el culto al cuerpo. La alianza debió ser su regalo en la cena del restaurante francés, un lugar demasiado caro y romántico como para ir a cenar solo. No era extraño que hiciera la reserva sin mencionar que la mesa era en realidad para dos personas.
Tenía por tanto datos suficientes para hacer creer a Belmar que en la habitación contigua tenían a una guapa jovencita que aseguraba ser su amante y que tras no poder soportar la presión había confesado que él asesinó a su mujer. Que le había asegurado que jamás nadie encontraría el cadáver, que nadie pondría en peligro sus planes de futuro.
Martos entró de nuevo en la sala acristalada dispuesto a jugar su "farol". Ortiz observaba desde fuera como si asistiera a una película muda que ya había visto. Vio cómo la mirada de Belmar se transformaba con cada palabra del Inspector. Probablemente estuviera sintiendo esa sensación de quemazón en sus tripas, como si en sus entrañas se declarara un voraz incendio, esa sensación del que se sabe descubierto por algún fatal error.
Martos afinó mucho en sus conclusiones. Su interrogado ya estaba convencido de que en la habitación contigua su joven amante lo estaba confesando todo con lágrimas en los ojos.
Apoyó los codos sobre la mesa y puso sus manos sobre la cabeza. Ese era el momento esperado. Su estado de ánimo impediría cualquier resistencia.
Martos salió de la sala con una ligera excitación
- Demore todo lo que pueda la llamada a su abogado. Necesitamos a la chica. Intente sacarle la dirección de ella con cualquier excusa. Se debieron ver en su casa más de una vez. Haga que le hable de ello, pero no le pregunte su nombre, recuerde que se supone que la tenemos aquí mismo. No le haga dudar.
Martos se dirigió a su despacho. Algunos periodistas le esperaban. La noticia del caso se había filtrado. La historia del gatito gustaba en los medios y además el Sr Belmar era una persona muy conocida en la ciudad.
Desde el ventanal de su despacho vio salir a Ortiz con un trozo de papel en una mano. Su ayudante le hizo un gesto con el pulgar mientras sonreía.
Ortiz dio órdenes a dos jóvenes agentes que parecían recién salidos de la academia. Les dio la dirección y las oportunas instrucciones de cómo traer a la chica sin cometer ningún error que diera al traste con todo.
Entonces recordó el encargo del Inspector. "¡Las flores! ¡Mierda, lo había olvidado!, pensó. Aprovechó la salida de los jóvenes para pedirles que antes se ocuparan del encargo. Al fin y al cabo, la floristería estaba tan sólo a tres calles de la comisaría.
Ortiz también fue abordado por algún periodista cuando el sonido de la sirena del coche patrulla se alejaba.
Uno de los jóvenes agentes sonrió al comparar la tarjeta para el ramo y la anotación de la dirección que les dio el oficial.
- Este Inspector va a ser el genio que dicen. Manda unas flores a la chica antes de detenerla. Eso es ser un caballero...